Por Dairo Barriosnuevo*
Después de muchos años de
vivir en medio de las carnestolendas fiestas de Barranquilla, por primera vez decidí
ponerme un disfraz completo “de pies a cabeza”
Fue una interesante
experiencia, siempre había visto y apreciado el carnaval siendo un simple
espectador o un consumidor pasivo, ya sea desde un palco o bordillo la mayoría de
las veces o ninguna de las anteriores. Este año 2015, tuve la oportunidad
de ser lo que los críticos llaman “un idiota útil,” porque me preste a ser la
materia prima, para que los comerciantes de siempre y todos los años durante el carnaval, hagan su jugoso
negocio de temporada.
No fue costoso disfrazarse, me
compre una capucha de marimonda y una camisa multicolores brillante, me puse el
pantalón al revés aunque necesitaba de los bolsillos, me conseguí una barita de
totumo y un pito de pea pea. Al menos me disfrace de una manera descomplicada,
sin tener que embadurnarme con sustancias viscosas o pegajosa, tampoco lleve cosas u objetos incómodos que me resulte un absoluto encarte.
Algo interesante del disfraz
fue que podía ver a todos sin que nadie me pudiera reconocer, me sentía como invisible,
sin embargo, pasaron por mi cabeza
algunas preocupantes ideas, como la de ser confundido y encontrarme en el lugar equivocado y
verme involucrado en situaciones y problemas bochornosos que nada tengan que ver
conmigo.
Al no ser reconocido quise
probar y tener acceso a un reconocido burdel de la ciudad y ver ¿cómo es el ambiente
del llamado infierno durante un día de Carnaval? Los vigilantes del lugar no me
lo permitieron, a menos, que me identificara despojándome del capuchón, hasta señalaron
la ubicación de la cámara. Considere que la gracia del disfraz consistía en mantener
el anonimato. Lo mismo sucedió en un billar, a pesar de que me dispuse a una requisa
tuve que ir a orinar a otro lado.
Comprendí que es muy
importante saber escoger el disfraz y aunque se dice, que en carnaval todo se
vale, hay que tener en cuenta en no caer en la vulgaridad, me percaté de que los
que más se acercan para ver y contemplar el disfraz son los niños y jóvenes.
Inicie caminando por los
barrios y comprobé, que un solo disfraz, es más admirado y apreciado por la
gente, que estando en medio de un desfile con muchos otros disfraces.
Aunque no tengas el
entusiasmo, ni sepas hacer las acostumbradas morisquetas y gestos del
personaje, los que hay que practicar, a la gente siempre les parece muy
divertido. El disfraz de marimonda es muy erotizado, para el caso de las
mujeres, se les da mucho por agarrar y jalar de su larga nariz, claro, no
podemos decir lo mismo de los niños, es un simple asunto de travesura y
necedad.
La realización personal de
alguien que se disfraza consiste en la aceptación, en la valoración de lo que se
haces, y se ve reflejado en la interacción con la gente del común, de lado a
lado del bordillo, te lo hace saber con una sonrisa, su alegría, especialmente
ellas, te sacan a bailar, te ofrecen trago, cerveza, gaseosa, agua y hasta
dinero, aunque no se lo pidas, además, te detienen para tomarse la foto para de
inmediato compartirla en la red social.
Para el disfraz no hay
obstáculos ni talanqueras, se ingresa a los desfiles y sitios, a los que cualquier
persona del público consumidor, desea ingresar. Lo pude comprobar en la batalla
de flores de la 44.
Los invito a todos a disfrazarse, contra el centralismo oficial de la fiesta, hay que disfrazarse, vale la pena.
*Artista Plástico e
Investigador cultural.