viernes, 20 de febrero de 2015

CARNAVALEANDO ANDO...

Por Dairo Barriosnuevo*


Después de muchos años de vivir en medio de las carnestolendas fiestas de Barranquilla, por primera vez decidí ponerme un disfraz completo “de pies a cabeza”  

Fue una interesante experiencia, siempre había visto y apreciado el carnaval siendo un simple espectador o un consumidor pasivo, ya sea desde un palco o bordillo la mayoría de las veces o ninguna de las anteriores. Este año 2015, tuve la oportunidad de ser lo que los críticos llaman “un idiota útil,” porque me preste a ser la materia prima, para que los comerciantes de siempre y todos los años durante el carnaval, hagan su jugoso negocio de temporada.



No fue costoso disfrazarse, me compre una capucha de marimonda y una camisa multicolores brillante, me puse el pantalón al revés aunque necesitaba de los bolsillos, me conseguí una barita de totumo y un pito de pea pea. Al menos me disfrace de una manera descomplicada, sin tener que embadurnarme con sustancias viscosas o pegajosa, tampoco lleve cosas u objetos incómodos que me resulte un absoluto encarte.

Algo interesante del disfraz fue que podía ver a todos sin que nadie me pudiera reconocer, me sentía como invisible, sin embargo, pasaron por mi cabeza algunas preocupantes ideas, como la de ser confundido y encontrarme en el lugar equivocado y verme involucrado en situaciones y problemas bochornosos que nada tengan que ver conmigo.



Al no ser reconocido quise probar y tener acceso a un reconocido burdel de la ciudad y ver ¿cómo es el ambiente del llamado infierno durante un día de Carnaval? Los vigilantes del lugar no me lo permitieron, a menos, que me identificara despojándome del capuchón, hasta señalaron la ubicación de la cámara. Considere que la gracia del disfraz consistía en mantener el anonimato. Lo mismo sucedió en un billar, a pesar de que me dispuse a una requisa tuve que ir a orinar a otro lado.
              
Comprendí que es muy importante saber escoger el disfraz y aunque se dice, que en carnaval todo se vale, hay que tener en cuenta en no caer en la vulgaridad, me percaté de que los que más se acercan para ver y contemplar el disfraz son los niños y jóvenes.



Inicie caminando por los barrios y comprobé, que un solo disfraz, es más admirado y apreciado por la gente, que estando en medio de un desfile con muchos otros disfraces.

Aunque no tengas el entusiasmo, ni sepas hacer las acostumbradas morisquetas y gestos del personaje, los que hay que practicar, a la gente siempre les parece muy divertido. El disfraz de marimonda es muy erotizado, para el caso de las mujeres, se les da mucho por agarrar y jalar de su larga nariz, claro, no podemos decir lo mismo de los niños, es un simple asunto de travesura y necedad.

La realización personal de alguien que se disfraza consiste en la aceptación, en la valoración de lo que se haces, y se ve reflejado en la interacción con la gente del común, de lado a lado del bordillo, te lo hace saber con una sonrisa, su alegría, especialmente ellas, te sacan a bailar, te ofrecen trago, cerveza, gaseosa, agua y hasta dinero, aunque no se lo pidas, además, te detienen para tomarse la foto para de inmediato compartirla en la red social.



Para el disfraz no hay obstáculos ni talanqueras, se ingresa a los desfiles y sitios, a los que cualquier persona del público consumidor, desea ingresar. Lo pude comprobar en la batalla de flores de la 44.

Los invito a todos a disfrazarse, contra el centralismo oficial de la fiesta, hay que disfrazarse, vale la pena.



*Artista Plástico e Investigador cultural.    

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